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Un cuento en el Himalaya

Me presento: Soy Andrea –crossbowita– y quiero vivir del cuento. Siempre lo he querido, pero lo había olvidado. Para vivir del cuento solo hacen falta dos cosas: vivir y un cuento. Y el medio es este blog.

El cuento que te voy a contar no tiene un comienzo feliz. Empieza con una verdad incómoda: el tiempo que tenemos en la tierra es limitado. El tiempo de nuestro verdadero protagonista, Héctor, se acabó el 21 de abril de 2023, a los 36 años. Lo que no es limitado, es lo que cuentas. Por eso, le robo el papel principal sin el permiso que no puede darme y os cuento esta fábula. 

Su hermana, sus dos amigos y yo, su pareja, quisimos convertir su recuerdo en un hito, o un mito, que más dará. Nos propusimos despedirnos de él viajando en Noviembre de 2023 hasta el campo base del Annapurna, un trekking de siete días por la famosa ruta ABC de Nepal. Héctor no pudo ver las grandes montañas, pero nosotros las queríamos ver por él.

Nos guiaba desde la mejor cordillera del mundo, Chema, de Pirineos con Guía, y Prim, un porteador de Nepal, mitad agricultor, mitad mediador. Y fan de TikTok, que eso también suma. Al final éramos seis.

¿Qué tiene que ver esto con mi trabajo como diseñadora e ilustradora?

Una mujer de espaldas, con un hueco en su espalda rodeado de montañas, en el medio de ese hueco resiste un pequeño corazón
Yo quería una vida intensa, de película, pero con final feliz.
–Julita Salmerón

Bueno, es que ya os lo he dicho: que quiero vivir del cuento.

He descubierto que mis pequeñas historias me las robáis y las hacéis vuestras. Si no me creéis, mirad lo que pasó con mi Diario Ilustrado durante el confinamiento: Confitada

Y por eso, te lo cuento dibujando. Las ilustraciones que verás están inacabadas, y vosotros, en los comentarios, podéis decirme qué creéis que representan. 

Esto no es un blog de viajes, ni siquiera es un blog divulgativo; como dicen en las películas, cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia. Y otra cosa, tal vez no todos los hechos sean ciertos, pero eso no es lo importante, lo importante es cómo os haga sentir.
Una niña Nepalí me mira desde su asiento de autobús, para mi fue el comienzo de esta historia. Por eso aparece un libro que le tapa la cara y un separador hecho de hojas.
Tienes una historia única, no la desperdicies
–Walter Mitty

Capítulo 1

Empezamos. Bajamos del avión en Katmandú –nos encontramos con nuestro guía Chema ya éramos 5/6– y nuestro trayecto desde la cuna del papel lokta y ciudad dormitorio de los mejores alpinistas del mundo, hasta Pokhara, duró 10 horas para recorrer 200 km. Tenéis que saber que en Nepal las rutas se miden en tiempo, no en kilómetros. Algo así como en las carreteras comarcales de la provincia de Teruel.

No lo había mencionado, pero Chema y yo nos conocemos desde que tenemos 12 años, estudiamos en el mismo colegio y compartimos grupo de amigos. Aunque nunca fuimos grandes amigos, la vida nos llevó a caminar juntos por el Himalaya, hasta hoy. Bueno, Chema caminaba y guiaba con destreza; yo, por mi parte, sobrevivía esquivando cualquier risco mal puesto en el camino.
Dos amigos, guía y la que escribe esta historia, antes de comenzar el camino
El éxito no está en llegar a la cima, sino en cómo se sube
–Iñaki Ochoa

Capítulo 2

Nuestro trekking comienza aquí, en algún lugar sin wifi cerca de la ciudad de Pokhara, donde la comunidad del Annapurna se completó con Prim (6/6). Llegamos al inicio del trekking, no sin antes chocar el autobús con un taxi. Solo cuando toda la comunidad del barrio decidió quién tenía la culpa, pudimos continuar. En Nepal hay que fluir con su ritmo, si no, te da mal de altura antes de empezar.

Y saltamos del bus. Cargamos nuestras mochilas y a caminar. Bueno, a subir escaleras. Porque en el ABC, todo son escaleras. No lo voy a negar: sufrí. Y gracias a mi amiga aprendí a respirar. A respirar y a seguir subiendo. Y a coordinarme con los bastones, que eso es otro tema. Yo había hecho montaña con Héctor en muchas ocasiones, pero esto era otra cosa. Esto era el Himalaya. Podríamos haber empezado por el Aneto, pero la vida, de repente, te planta un reto de 4.130 metros y, sinceramente, te tienes que joder.


Llegamos a Ghandruk bendecidos. Al menos yo, que me vieron un poco pálida y me embadurnarón en la frente con pigmentos protectores. El paisaje no os lo imagináis. No, no está nevado como en La Sociedad de la Nieve. Son terrazas inmensas de cultivos, súper verdes, en medio de valles profundos e inalcanzables. Yo en su momento no paraba de decir que Ordesa era mucho más impresionante, pero no, lo que pasa que en el Himalaya todo es tan inmenso que no puedes escalarlo con nada, y eso de repente te cambia la perspectiva. El abismo acojona y lo pequeño lo engrandeces porque lo conoces. 
Mujer sujetando una flor típica de la parte baja del valle del Annapurna tras haber sido bendecida con su pigmento rojo en el entrecejo
No me importa morirme, lo que no quiero es sufrir, que eso es muy pesado
–Julita Salmerón

Capítulo 3

Empezamos a andar desde Ghandruk a Shinuwa. Pero ya no éramos seis personas, os he engañado un poco. Éramos seis personas y un perro que bautizamos como Gandul. Gandul nos siguió parte del camino.

Y esta etapa sí que fue dura. Aquí cayó alguna lágrima y también alguna que otra mano de Prim para que no me cayera por el borde. Mi relación con Prim fue de amor y odio, pero al final entendió que yo me dedicaba a dibujar cine y él a vivir en el valle del Annapurna. Durante el trayecto vimos templetes –y templetes– y guest houses cada poco tiempo. La gente decía Namaste y yo acababa respondiendo en aragonés Goyoso Diya o Entalto Aragón

Después de bajar dos valles y subir otros dos –o cuatro y tres– llegamos a Shinuwa Alto. Cenamos lo de siempre: Dal Bhat con picante capaz de atravesarte la fosa nasal hasta el lagrimal, leche caliente y a dormir. Decidimos, cómo evalúo Chema, que al día siguiente sería de “sol y moscas”, así que recortamos la ruta hasta Deurali, caminando solo tres horas. Mis piernas lo agradcieron. Mi ánimo más. En ese momento, Gandul, nuestro perro guía, decidió quedarse en Shinuwa, ese sí que sabía.

Mi amiga realiza la postura de Yoga llamada "Árbol" y al fondo la montaña sagrada del Machapuchare
La felicidad solo es real cuando es compartida
Christopher McCandless

Capítulo 4

 En Deurali fue cuando empezamos a sentir que estábamos en el Himalaya de verdad. Hacía frío, y ya no había ni sol ni moscas. Aquí yo ya había fluido todo lo que una puede fluir, y me dio un pequeño mal de altura. Estábamos a 3.600 metros. Los locales lo notaron, se me tapo, paracetamol, y a dormir. O a roncar, que eso lo sufrió Chema.

No os voy a engañar, llevar la piedra de Héctor durante todo el camino se sentía como cargar con el anillo de Tolkien y Peter Jackson. Mido 1,57, así que estaba más que justificado. Cada paso y cada respiración me recordaban los caminos que habíamos trazado juntos por Biel, Luesia, Aguas Tuertas o las rutas por su pueblo. El mal de altura, ahora lo entiendo, era más mental que físico. 
Mujer con gorro de invierno sosteniendo un té caliente mira por la ventana
No todos los que deambulan están perdidos
–Bilbo Bolson

The End

Queríamos alcanzar al amanecer el MBC: el campo base del Annapurna. Nos levantamos a las 3:30 de la madrugada para ello. Llevábamos todas las capas de abrigo posibles, un frontal y dos bastones. Cuando empezó a aparecer la primera línea del alba sobre la cordillera, sentimos un golpe en las piernas. Era Gandul. ¿Cómo os quedáis? Muertos, ya lo sé. La realidad siempre supera a la ficción.

Yo, que siempre me reí de los que llegan a la plaza del Obradoiro tras el Camino de Santiago y se ponen a llorar, hice lo mismo: me eché a llorar. Y nos despedimos. Sobrios, en silencio. Porque esto era el fin de un viaje lleno de ruido que solo podía acabar en silencio.

Héctor habría dicho que estos gigantes eran absurdamente grandes. Él quería tener una vida pequeña, o incluso mediana. Pero el impacto que ha dejado en nosotros ha sido el de una vida gigantesca, como la cordillera del Annapurna.



Se muestra la piedra de Héctor en escala con la cordillera del Himalaya. Andrea la sujeta con la mano, centrada, en color rojo la piedra, al final la inmensa cordillera
El hombre se convierte en sus historias. Si las recuerdas, 
entonces seguirá vivo de alguna manera

–Will Bloom

Epílogo

Pero bueno, se pregunto nadie, ¿cómo bajasteis?

Pues bajamos, claro, como la gravedad quiere normalmente: hacia abajo. A modo rewind, recorrimos lo andado (más o menos), nos bañamos en unas termas naturales, tomamos bebidas espirituosas para celebrar y regresamos a las dos grandes ciudades de Nepal. Nos despedimos de Prim. Nos despedimos de Chema. Nuestro guía tenía que seguir su camino hacia el Campo Base del Everest para ver Yaks, principalmente. Si queréis la versión de la ruta profesional, la podéis encontrar en este enlace de su web: Pirineos con Guia: Ruta ABC

Volvimos a casa, a Zaragoza, cuatro de los siete que habían conseguido despedirse de su novio, su hermano y su amigo. En su momento, no volvimos en paz ni reconciliados con nosotros mismos, como dicen todos los gurús de internet. Pero, hoy, mirando hacia atrás, recuerdo esas montañas tan gigantes como la huella que Héctor dejó en nuestras vidas, y me da mucha calma.

Y, como dicen en la película italiana Las Ocho Montañas:
"No importa si recorres las ocho montañas o te quedas en la primera. El viaje es el mismo si entiendes que todo lo que buscamos fuera, lo llevamos dentro"
Tal vez esas montañas no las subí solo para despedirme de Héctor, sino para encontrarme de nuevo en su recuerdo, en ese lugar donde los gigantes y nosotros, los diminutos, convivimos.
¿Dónde están Prim y Gandul?
–Andrea Ballestín

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